Ayer tuve un sueño en que mientras caminábamos juntos por la línea del tren hallábamos un gatito de seis dedos acurrucado entre los durmientes –como esos que la leyenda atribuye a Hemingway–. Sin meditarlo mucho lo nombramos Martín Busca, porque nos recordó a aquella tumba suspendida en patas de seis dedos que hay en el cementerio de Playa Ancha. Lo tomaste en brazos y lo llevamos a casa con la ilusión de verlo jugar entre nuestras cosas, se veía contento, te veías feliz. Justo antes de llegar el gato se puso intranquilo sin provocación alguna y lanzó un zarpazo que te dejó en la cara seis rayitas rojas, para luego perderse entre los maquis que desembocan en la quebrada del traspatio, dejándonos a ambos con un sentimiento de fugaz pertenencia.
Cuando desperté, despuntaba el alba, el gato dormía a mis pies su sueño imperturbable, y recordé con horror que tú y yo jamás nos conocimos.
Tejas Verdes, agosto de 2013.
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