El
bus avanza veloz a través de la noche y los que lo ven pasar desde sus ventanas al costado
del camino sonríen, pues una vieja alegría embarga siempre al que ve luz en la
penumbra —hay que aclarar que de no ser por la oscuridad, no sería tanto el espectáculo
de sus luces laterales avanzando en medio de la niebla cual desfile de avispas
ardiendo—. Para quien viaja en su interior, el viaje es símbolo o de
tedio o de sueño, ambas inclusive: hay quien ronca levemente en los asientos delanteros, suponiendo que un
ronquido en el silencio pudiese a llegar a sonar levemente, hay también quien trata de
ver a través de su reflejo en la ventana (no sabemos si lo que quiere ver es a
aquellos árboles masticados por la noche, o al pastiche que de él mismo hace el
reflejo).
Es aquí que M., sentado en alguno de los asientos, se levanta al baño en mitad de la novela que va leyendo. Una vez ahí, disfruta del espectáculo que ofrece la ventanilla abierta del cubículo al fondo del vehículo. Los postes al costado de la carretera se vuelven ubicuos, cuando dices éste, ya es éste otro: luces lanzadas a un vacío horizontal, a una velocidad que maravilla. El sonido que oye es el del aire que se raja partido en dos por el bus, un sonido que seguramente se esparce en la carretera una vez que éste ha pasado, un sonido que seguramente no produce eco, como un graznido, como un grito en el vacío. Cierre arriba, tapa abajo, presione el botón para el agua, ese agua de origen desconocido y para la cual es mejor no ponerse a hacer elucubraciones. M. vuelve a su asiento, o a otro que tiene la misma novela abierta boca abajo en la misma página que él la había dejado al pararse. Si es así, curiosa coincidencia. Busca el párrafo, sube con la vista, esta frase la recuerda, esta también. Baja un poco, esta también, y esta. Pero se detiene de golpe, hay un diálogo acá que no estaba antes. No es algo que necesite recordar, simplemente los personajes que hablan no son parte de aquel libro, ni de aquel autor. ¿Qué trama este libro?
Es aquí que M., sentado en alguno de los asientos, se levanta al baño en mitad de la novela que va leyendo. Una vez ahí, disfruta del espectáculo que ofrece la ventanilla abierta del cubículo al fondo del vehículo. Los postes al costado de la carretera se vuelven ubicuos, cuando dices éste, ya es éste otro: luces lanzadas a un vacío horizontal, a una velocidad que maravilla. El sonido que oye es el del aire que se raja partido en dos por el bus, un sonido que seguramente se esparce en la carretera una vez que éste ha pasado, un sonido que seguramente no produce eco, como un graznido, como un grito en el vacío. Cierre arriba, tapa abajo, presione el botón para el agua, ese agua de origen desconocido y para la cual es mejor no ponerse a hacer elucubraciones. M. vuelve a su asiento, o a otro que tiene la misma novela abierta boca abajo en la misma página que él la había dejado al pararse. Si es así, curiosa coincidencia. Busca el párrafo, sube con la vista, esta frase la recuerda, esta también. Baja un poco, esta también, y esta. Pero se detiene de golpe, hay un diálogo acá que no estaba antes. No es algo que necesite recordar, simplemente los personajes que hablan no son parte de aquel libro, ni de aquel autor. ¿Qué trama este libro?
En
eso el bus se clava en su destino, el corazón del terminal de buses. M. se
levanta, algo ofuscado. El chofer del bus debió entender lo que M. dijo al bajar
mucho rato después, cuando haciendo aseo a la máquina encontró un libro, y las
palabras se rescribieron en la pizarra de su cabeza: 'Quédate ahí, no voy a
seguirte el juego'.
Santiago de Chile, Mayo 2012
Precioso texto, Matías. Digno de un poeta como tu.
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