M se sueña
recostado en la arena de Kelebekler Vadisi. Basta eso para hablar de un sueño, no
hace falta más que nombrar aquel lugar, ajeno, completamente otro. Idilio con
costa y espuma. Se levanta y se dirige hacia el mar, no sabe nadar, pero qué va
es un sueño. La arena es pálida, blanda y tibia, como debe ser la arena en los
sueños. Se sumerge de un solo golpe, y se recuesta en el fondo marino. Arriba,
logra ver como volotean las mariposas del lugar (célebres mariposas, por
cierto). El sol agranda las sombras que sobrevuelan las olas. M esta cubierto
por agua, y por sombras de alas que se mueven como peces oscuros en la húmeda
profundidad de la bahía. Fija los ojos en ellas, y ve como comienzan a dar
vueltas como un cardumen alado, con los rayos del sol como quemándoles sus atigradas
alas, mirabilia desde el fondo marino. En ese preciso instante una corriente de
aire las transfigura en hojas secas (hasta los sueños tienen sus clisés
secretos). Caen en la superficie del agua y forman una palabra que desde lo
profundo M lee a la perfección.
M despierta.
Recuerda claramente la palabra, y piensa si reproducirla o no. Es un dilema que
tendrá que resolver en algún momento del día. Mas ahora vuelve a su vida, se
levanta, y de entre las sábanas caen algunas cosas. Bien podrían ser alas, u
hojas secas, o pétalos de flores amarillas. Pero no nos engañemos, este tipo de
cosas pasan todos los días. Este tipo de cosas pasan. Este tipo de cosas. Todos
los días.
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