miércoles, 21 de marzo de 2012

Soledad

M grita: ¡Estoy solo!

[El eco se escucha en disimiles lugares llevado por el viento, la ventana hacia un tercer piso en Santiago de Chile, una plaza llena de escombros en Bruselas, un huerto en Azinhaga, un oscuro callejón en Buenos Aires. Sobrevuela, líquido, mares y océanos alrededor del mundo, y se repite a si mismo una infinidad de veces en cavernas subterráneas. Atraviesa bosques y jardines, escuelas y hospitales. Se detiene un segundo para observar una pileta que se rebalsa. Sigue su camino flotando en el vacío que se crea sobre las alas de los pájaros. Se escurre a través de una niebla espesa en una ciudad que nunca fue fundada (Acá los que le oyeron lo hicieron en sordina). Dibuja pequeñas ondas, imperceptibles olitas, en la arena de una playa pálida, casi homérica. Se le presenta como un susurro a un anciano que escribe frente a un espejo, en otro lugar, en otro tiempo. Cuando el eco regresa, ríe tímidamente, le da vueltas la idea de la cara de felicidad que tendrá aquel que lo entregó al mundo cuando le oiga de vuelta. Mas al llegar, ya no hay nadie que lo escuche, qué soledad más grande]




Santiago de Chile, marzo 2012.