jueves, 16 de agosto de 2012

Ocean breeze, Tejas Verdes


Quizá qué zancadilla de arena ensayó la playa,
quizá qué antigua idolatría esconde la costa.
Coronado por una ola blanca lo veo desde mi ventana,
un barco mercante trocado en naufragio,
con esa inmovilidad de quilla durmiente,
de aspa quieta por el verbo de arena.

Tanto mundo y Tejas Verdes, sin embargo.
Posado en el agua como una gaviota enorme,
como un pelícano grotesco alojando óxido.
Maquina somnolienta, tienes que irte un día.
No nos pertenece ya la playa, ¿me oyes?
No nos queda nada de lo que antes era nuestro,
hoy todo es puerto, hoy todo es nada.

Traté de ser buena gente, lo juro, hice lo que pude.
Pero tienes que irte, lo exijo, o te vas o te vamos.
En San Antonio no hay espacio para otra máquina.



San Antonio, agosto 2012.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Pregunta y respuesta


        Un día una buena amiga me preguntó '¿Qué es el amor?'. Respondí, sin ser tal vez el más apto para hacerlo, que como lo veía yo, el amor no es un estado, es más bien un lugar, como un teatro, como un circo. Un hecho consciente, una otredad, una decisión. Al amor se entra, por voluntad propia. Adentro esperan quizá qué milagros, quizá qué alimento de quimeras y utopías. El amor puede no llegar a la ciudad en años, o puede marcharse antes de que te decidas a entrar. Y hay siempre una puerta que se agita con el viento y que te aguarda como una boca, se abre y se cierra sin que alguien pueda hacer algo por evitarlo. 
         Eso me preguntaron y esto, mas menos, fue lo que respondí. Y puedes ver que del amor no sé mucho, pues se me escapa la idea de las manos como una avecilla, me pierdo en mi propia alegoría. Mas hay una cosa de la que estoy completamente seguro: del amor se sale. Y eso, eso lo digo sin que me tiemble la boca.



Santiago de Chile, mayo 2012.

domingo, 5 de agosto de 2012

Adiós


    Tanto he dicho adiós, escribe M en un pequeño boleto de bus, y tacha el resto. ¿A qué añadir otra comparación, otro mísero simulacro? Se fue otra vez, y es lo único que importa. Ahora, comenzar de nuevo, como tantas veces. Buscar un lugar para dejar los libros, para dormir, un trabajo. El olor a lluvia vibra en el aire, la salida del terminal está llena de gente. Y en la cabeza de M un grupo de preguntas se atropella en un mosh sicológico. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cuántos? y otras tantas vaguedades, sin embargo, se acerca a la muchedumbre y tan sólo una le queda brillando en los ojos, ¿Cómo? Un hombre yace muerto en mitad de la multitud, la suave llovizna chispea en la poza de sangre que, negra, se adentra en las alcantarillas. Algo que M intuye, pero no sabe con certeza, es que durante semanas soñará con aquella poza de sangre. A veces será una sangre espesa, tibia, sobre la que caminará como una araña de agua. Otras, se hundirá en una sangre turbia, chispeada por la llovizna, cocacola que fluye de la aorta de un hombre muerto. Mientras tanto, está despierto afuera del terminal al lado de una muchacha que llora. 
-¿Lo conoces? Conocías, digo-Dice M, en un arrebato de diálogo que viene de quién sabe dónde.
-No, me da pena verlo morir, ha de tener familia, un jardín, un perro- Responde la muchacha, pestañeando rápidamente, como espantando la pena.
-¿Viste cómo sucedió?
-Apareció aquí de repente. El cuerpo, claro está. La sangre vino luego.
-Oh, por supuesto- M se queda un rato en silencio, rumiando el rostro de la muchacha. Sus facciones son tan normales que tiene por seguro el no poder recordarla al otro día.- Tengo que irme.
-Bien.
-Bien.
    Dio algunos pasos en dirección a ninguna parte. (Cualquier lugar es ninguna parte cuando no se tiene a dónde ir). Se metió la mano al bolsillo y Tanto he dicho adiós, dice el boleto. Justo cuando va a arrugarlo, y tirarlo, por ese afán casi numismático, casi filatélico, se le ocurre mirar el anverso. Es un capicúa, se dice a si mismo en voz alta. Sonríe, aún no sabe a dónde ir, mas le queda una cosa menos por ver en su vida. O dos.


San Antonio, Agosto 2012.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Altazoria I

    No puedes seguir evitándolo, poeta. Lanzas tus piernas a la calle y observas como se mueve el suelo bajo tus pies, cruzas una, dos, diez avenidas, sin angustia, sin sed, la noche lo cubre todo con su lengua de fieltro. Tus piernas son extensiones de tu cabeza, te llevan al lugar donde tu cabeza debe estar, como si bajo el influjo de una guillotina. Estás frente al coloso, frente al edificio que se alza ante ti como enredadera de concreto, y allá arriba ¿ves la última ventana como una flor que se abre? ¿ves la luz encendida que te torna polilla? Ahí está la casilla que esconde el jaque mate, allí nada el pez gordo en sus aguas de autocomplacencia. Atraviesas el umbral del edificio, portafolios en mano, corbata en cuello, y una vez adentro me darás la razón. Atravesar es la palabra correcta, un paso al interior del edificio y un ruido sordo, se raja una membrana de aire. Hay un mesón, caminas hacia él, allí una voz digna de Chesterton te habla del 'supremo titiritero'.
    "En música se cifran sus palabras, en él creen los dioses y el tiempo (pasajeros suyos y víctimas de sus designios). Es un puente de aire sin sentidos y en todas direcciones. Es hermoso como la sombra de un árbol que resiste después de talado".
    Dice ésto y cae, asomas tu cabeza por sobre el mesón, en el suelo hay una alfombra de plumas. Si en éste momento giras tu cabeza en dirección al zumbido que escuchas, verás cuatro puertas plateadas. Pon atención, estas puertas se abren como párpados de acero, y ves salir de ellas a un tropel de cristos ancianos arrastrando sus paracaídas, son vagabundos celestes, son los altazores que buscan un atajo para cerrar la última de las puertas. Tapa tus oídos, pues morirás inmediatamente si logras descifrar lo que susurran.
    Caminas, poeta, hacia la caja que escupe hombres caídos del cielo. Camina, insértate en la caja, llena sus paredes con tu imagen. La puerta se cierra contigo adentro, sobre ella parpadean cifras luminosas, coordenadas que te ubican en algún lugar, o en todos, o en ninguno.


Santiago de Chile, Noviembre 2011.