jueves, 10 de abril de 2014

Los buenos versos



I
El poema ya estaba terminado cuando comencé a escribirlo.


II
A mí me tocó agregarle ripios, cacofonías, lugares comunes.

III
Tuve que ocultarle el centro y los buenos versos
mediante un efectivo sistema de erratas y omisiones.

IV
Lo releí tachando cualquier vestigio de frase acertada.

V
Se lo mostré a amigos que lo vitorearon por lástima.

VI
Compré tinta, hojas de roneo, lo imprimí en reiteradas ocasiones.

VII
Hice mala fama entre los poetas de mi generación,
a quienes no había leído por pereza y olvido.

VIII
Pagué mi aparición en varias antologías
con el dinero que mi padre me enviaba para el arriendo.

IX
Para poder comer publiqué críticas infames en periódicos infames.

X
Tras descubrir la pétrea mecánica de las postulaciones,
obtuve dos años seguidos el fondo del libro.

XI
Fui jurado en un festival de poesía infantil,
en una provincia alejada de toda posibilidad cartográfica.

XII
El primer premio lo obtuvo un mal plagio
de un poeta sueco de los setenta.

XIII
Llegando a casa soñé con aquel niño tres noches seguidas.

XIV
La primera vez lo vi reescribiendo el poema premiado
con una gubia en mi escritorio de caoba.

XV
La segunda vez lo vi vomitar un pez vivo a los pies de mi cama.

XVI
La última vez lo vi clavado por el cuello a la pared,
cubierto de moscas, eructando mi nombre.

XVII
La mañana que siguió al tercer sueño recibí una llamada telefónica
en que un viejo poeta argentino me acusaba de plagio.

XVIII
Pensé en matarlo con alevosía en una plaza pública.

XIX
Su silencio costó una suma obscena
que pagué por miedo al ridículo.

XX
Releo el poema y no encuentro el clivaje,
releo ahora mismo y no encuentro los buenos versos.



Tejas verdes, 2013

miércoles, 2 de abril de 2014

Silencio

Cuando Asesino entró a la cantina, Pianista detuvo sus dedos un segundo en el aire, cerró los ojos, y tanteó la habitación con el oído: tal como esperaba, el fuego y la sangre aún hacían rumor en el infame. Continuó tecleando el ragtime cual si nada hubiese pasado, ni una mueca en el rostro, ni una variación en la ejecución, sus manos arácnidas continuaban percutiendo en medio del humo, mientras que Asesino tomaba asiento y daba el primer sorbo a su ginebra con tónica. Al fin terminarían los años de espera, de masticar la pena, de afinar el oído –la única manera de encontrarlo, se había dicho entonces–, los años de ensayar aquella obra que por fin hoy presentaría, y ante todo, los años en que lo único que hizo fue recordar (y recordar era volver a desatar el alambre, una y otra vez, de las manos humeantes de su esposa). Al finalizar el último compás del ragtime, Pianista empezó de inmediato una melodía lenta y disonante, con una progresión de acordes azarosa y convulsa, que dejaba en los escuchas el regusto de haber oído algo de esto antes (pero nadie había oído algo de esto antes). Las cabezas giraron entonces hacia el piano, del que brotaba esta música que generaba pánico y maravilla, como un hierro al rojo o un choque eléctrico. En eso, el vaso de Asesino cayó al suelo, y en su rostro comenzó a dibujarse un rasguño horizontal que le cruzó de lado a lado la mejilla izquierda. El pánico lo invadió de golpe, mas la huida fue coartada con un breve arpegio que le quebró las piernas (aquí soltó un gemido que añadió una séptima al acorde que sonaba). No hubo borracho del que no escapara la crápula cuando una línea cromática de bajos imprimió diversos moretones en el cuerpo de Asesino, y las bandejas de las meseras cayeron en tropel al suelo cuando el monstruo empezó a retorcerse al tiempo que los acordes pasaban de mezzo a forte. Cuando los charcos de vómito de la audiencia hedían tanto o más que la sangre desparramada por la habitación, Pianista alzó su mano y la dejó caer con satisfacción sobre el último acorde. La masa violácea que yacía frente a la barra soltó un crujido y un último borbotón de sangre, que precedió al más absoluto silencio.


*Este texto corresponde a la reescritura en clave narrativa de un viejo poema. Un par de amigos poetas me lo propusieron tras leerlo en aquellos años, y acá está el resultado del ejercicio.


Valparaíso, 2010
Tejas verdes, 2013