jueves, 25 de octubre de 2012

Retrato de un naufragio


   Tengo la cabeza llena de naufragios, Fresia, de imaginarias obstrucciones a no sé qué ni cómo. Estoy repleto de pequeños Crusoes y Selkires, que flotan a pura pataleta en las aguas oscuras y quietas de mi mente. Creo que por eso es que te escribo, sé mi tabla de náufrago, ¿quieres? Ayer fui a la exposición de Andreo y había un cuadro azul muy bonito, me acordé de ti apenas lo vi, habrías amado el marco, era un asco. La exposición estaba bien, había harta gente y olor a trementina, lo que no me gustó era que Andreo vendiera los cuadros, aunque claro, tiene que comer. Andreo tiene talento, pero más importante que éso, tiene intuición, por ésto habría sido un gran escritor, o un gran acordeonista si hubiese tomado ése camino, pero decidió ser pintor, y tiene buenos cuadros, que al parecer es lo que importa. Yo se los habría comprado todos de tener el dinero, pero el precio ya sabes, eran sumas que bien lo tendrán viviendo un año si consiguió venderlos todos. Pilú, o como sea que se escriba, la nueva novia de Andreo, andaba triste a causa de un retrato del que fue modelo. Éste huevón la pintó hermosa, comiéndose una manzana azul, mientras por detrás de su cabeza se asomaban unas patas negras, articuladas, como de un crustáceo que, terrible, casi le quita la manzana a la niña. A pesar de las protestas de Pilú, 'El antojo de Samsa' fue la primera venta de la tarde, la muchacha todavía sollozaba cuando me fui, me cae bien ése Andreo. 
    Lo más interesante de la tarde fue la caminata de vuelta, no sabría explicarte cómo, pero me perdí en el trayecto a casa. No quise leer los nombres de las calles, me cerré a entender cualquier símbolo, a recordar, a mirar cualquier cosa que no fueran los volantines en el cielo. Dejé que ellos fueran mi propio hilito de Ariadna en el laberinto, hilos volantes que hacían del cielo un mosaico azulado que me recordó al cuadro azul que había visto en el taller de Andreo. Sin embargo, me cayó encima la noche y se arremangaron los volantines. Entonces, me vino el mismo miedo que invade a los ciegos nuevos. De hecho, Fresia, mi buena Fresia, aún estoy perdido. No sé hallarme. Necesito hallarme para que leas ésto. Necesito que leas ésto para hallarme.

   Fresia llegó taciturna a casa y caminó hacia la ventana. Sami supo de inmediato que algo ocurría, la miró pasar y se le acercó despacio.
-¿Que sucede, Fresia? ¿Tuviste algún problema en la exposición?
-Se robaron un cuadro, Sami. Todo pasó tan rápido, y Andreo estaba tan triste. Me había gustado mucho, lo miré largo rato. Aunque el marco era muy feo.
-Que espanto. Odio los marcos en las pinturas bellas.




San Antonio, Octubre 2012.

viernes, 5 de octubre de 2012

Hora del té


 Fresia entra a la habitación y cierra la puerta con un golpe seco, mas un eco húmedo es el que reverbera en las paredes que parecen hechas de madera de naufragio. Apaga la luz y se estira en la cama, lleva horas rumiando un recuerdo que se le hace ajeno, imágenes a las que preferiría no tener acceso, palabras que describen una escena pixelada, y que una voz indefinida (casi un zumbido) narra desde alguna parte. No quiere orígenes ni respuestas, tan solo le resulta extraño todo esto, como una ropa linda que sabes que no es tuya, y que sin embargo usas con algo parecido a la culpa, pero que tampoco es culpa, ¿me entiendes?, le dice a la mujer que va a su lado en el metro. Es una mujer de labios severos y mirada antigua, lleva un pequeño bolso negro colgando del brazo que no afirma del pasamanos. Sus ojos, fijos en los de Fresia, tienen ese color que sólo pueden tener los ojos en los sueños, o en los recuerdos, o en las fotografías de alguien que ha muerto y quieres de vuelta. Piensa en su madre y en cómo comenzó su propia muerte con aquel primer puñado de tierra. Ahora una vieja oscuridad las mastica a ambas. Guardando las distancias, por supuesto, entre el sepulcro de la madre muerta y ésta habitación en que la hija sueña un recuerdo, o viceversa.
  El vagón del metro avanza azaroso a través del túnel, deteniéndose en las estaciones más disimiles mientras Fresia respira un aire blando, tibio, horizontal. La mujer dice algo, pero Fresia no estaba atenta, así que asiente con la cabeza sin darle más vueltas. Fue entonces cuando el tren se oscureció sin previo aviso. Alguien susurra algo al oído de Fresia, un alguien que está en el vagón, el murmullo de un alguien que no alcanzamos a distinguir de entre la gente; inmediatamente el tren se detiene  y se abre la puerta de su habitación.
-¿Quieres comer, Fresia?
-Voy, Sami, voy.
  El haz de la luz del pasillo le da en pleno rostro, entrecierra los ojos y estira los brazos dejando ir un bostezo. Al levantarse todavía tiene en la cabeza la voz del sueño, retiene con claridad cada palabra, casi puede atribuirla a un recuerdo, a una persona que existe, o existió en su vida alguna vez. Pero se conoce a sí misma, el recuerdo persiste y el té se enfría. Hay que tomar decisiones, el zumbido puede esperar unos minutos. Vuelve a cerrar la puerta, esta vez por fuera. La habitación se llena de peces.
  

San Antonio, Octubre 2012.