viernes, 21 de diciembre de 2012

Finiquito



Cuando me echaron de la pega, el jefe me dijo riéndose: 'Tranquilo, hombre, no es el fin del mundo'; lo miré con una mueca en el rostro que quiso ser una sonrisa, reflexionó un segundo y continuó, ésta vez más serio: 'Lo siento, es la costumbre'. Acto seguido, me gasté todo el finiquito en putas, restoranes y un pequeño revólver con una sola bala.


Amigos, éste texto fue uno de los 26 seleccionados para la antología 'Microcuentos de fin de mundo' de la página Letras de Chile, en la que participaron autores de Argentina, Nicaragua, México, Estados Unidos, Colombia, Portugal y Chile.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Arrecifes


Según Discovery Channel, el arrecife de coral es la estructura viviente más grande del mundo. Quisiera saber si éstos gringos naturalistas han visto alguna vez aquellas poblaciones donde la gente se mezcla con sus casas a punta de cuchillo y balazo, donde los niños nacen cubiertos de vinchucas, y tienen una sola huella digital, y una sola cabeza, y son parte de una misma hambre y de un mismo asco. Ésa es una estructura viviente, gringuitos, donde no hay otra jerarquía que la fuerza y el tiempo.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Cavilaciones sobre Coseriu


La poesía es el lenguaje, darle un uso determinado es instrumentalizarla: describir, señalar, pedir, comentar, explicar, son pequeñas mutilaciones al absoluto poético. El esfuerzo se hace al no escribir-hablar poesía. (Hay quien hace mucho esfuerzo y no lo nota). La metáfora no es un alarde, es una naturaleza -un proceso semejante a la fotosíntesis, o a las combinaciones de las líneas del metro-, es la forma en la que ocurren los procesos en nuestra cabeza, en una acepción previa al habla. Y quisiera decir otras cosas, pero no vale la pena no lo haré.



Ahora, el silencio, lector maldito terrible: que hace parte de sí el texto, que lo llena de significado, de cultura, de carne, de tiempo. Dejémonos caer mejor, ante la horizontalidad de la palabra -cual andamio- y escapemos de la burda estúpida danza de las verdades.

jueves, 25 de octubre de 2012

Retrato de un naufragio


   Tengo la cabeza llena de naufragios, Fresia, de imaginarias obstrucciones a no sé qué ni cómo. Estoy repleto de pequeños Crusoes y Selkires, que flotan a pura pataleta en las aguas oscuras y quietas de mi mente. Creo que por eso es que te escribo, sé mi tabla de náufrago, ¿quieres? Ayer fui a la exposición de Andreo y había un cuadro azul muy bonito, me acordé de ti apenas lo vi, habrías amado el marco, era un asco. La exposición estaba bien, había harta gente y olor a trementina, lo que no me gustó era que Andreo vendiera los cuadros, aunque claro, tiene que comer. Andreo tiene talento, pero más importante que éso, tiene intuición, por ésto habría sido un gran escritor, o un gran acordeonista si hubiese tomado ése camino, pero decidió ser pintor, y tiene buenos cuadros, que al parecer es lo que importa. Yo se los habría comprado todos de tener el dinero, pero el precio ya sabes, eran sumas que bien lo tendrán viviendo un año si consiguió venderlos todos. Pilú, o como sea que se escriba, la nueva novia de Andreo, andaba triste a causa de un retrato del que fue modelo. Éste huevón la pintó hermosa, comiéndose una manzana azul, mientras por detrás de su cabeza se asomaban unas patas negras, articuladas, como de un crustáceo que, terrible, casi le quita la manzana a la niña. A pesar de las protestas de Pilú, 'El antojo de Samsa' fue la primera venta de la tarde, la muchacha todavía sollozaba cuando me fui, me cae bien ése Andreo. 
    Lo más interesante de la tarde fue la caminata de vuelta, no sabría explicarte cómo, pero me perdí en el trayecto a casa. No quise leer los nombres de las calles, me cerré a entender cualquier símbolo, a recordar, a mirar cualquier cosa que no fueran los volantines en el cielo. Dejé que ellos fueran mi propio hilito de Ariadna en el laberinto, hilos volantes que hacían del cielo un mosaico azulado que me recordó al cuadro azul que había visto en el taller de Andreo. Sin embargo, me cayó encima la noche y se arremangaron los volantines. Entonces, me vino el mismo miedo que invade a los ciegos nuevos. De hecho, Fresia, mi buena Fresia, aún estoy perdido. No sé hallarme. Necesito hallarme para que leas ésto. Necesito que leas ésto para hallarme.

   Fresia llegó taciturna a casa y caminó hacia la ventana. Sami supo de inmediato que algo ocurría, la miró pasar y se le acercó despacio.
-¿Que sucede, Fresia? ¿Tuviste algún problema en la exposición?
-Se robaron un cuadro, Sami. Todo pasó tan rápido, y Andreo estaba tan triste. Me había gustado mucho, lo miré largo rato. Aunque el marco era muy feo.
-Que espanto. Odio los marcos en las pinturas bellas.




San Antonio, Octubre 2012.

viernes, 5 de octubre de 2012

Hora del té


 Fresia entra a la habitación y cierra la puerta con un golpe seco, mas un eco húmedo es el que reverbera en las paredes que parecen hechas de madera de naufragio. Apaga la luz y se estira en la cama, lleva horas rumiando un recuerdo que se le hace ajeno, imágenes a las que preferiría no tener acceso, palabras que describen una escena pixelada, y que una voz indefinida (casi un zumbido) narra desde alguna parte. No quiere orígenes ni respuestas, tan solo le resulta extraño todo esto, como una ropa linda que sabes que no es tuya, y que sin embargo usas con algo parecido a la culpa, pero que tampoco es culpa, ¿me entiendes?, le dice a la mujer que va a su lado en el metro. Es una mujer de labios severos y mirada antigua, lleva un pequeño bolso negro colgando del brazo que no afirma del pasamanos. Sus ojos, fijos en los de Fresia, tienen ese color que sólo pueden tener los ojos en los sueños, o en los recuerdos, o en las fotografías de alguien que ha muerto y quieres de vuelta. Piensa en su madre y en cómo comenzó su propia muerte con aquel primer puñado de tierra. Ahora una vieja oscuridad las mastica a ambas. Guardando las distancias, por supuesto, entre el sepulcro de la madre muerta y ésta habitación en que la hija sueña un recuerdo, o viceversa.
  El vagón del metro avanza azaroso a través del túnel, deteniéndose en las estaciones más disimiles mientras Fresia respira un aire blando, tibio, horizontal. La mujer dice algo, pero Fresia no estaba atenta, así que asiente con la cabeza sin darle más vueltas. Fue entonces cuando el tren se oscureció sin previo aviso. Alguien susurra algo al oído de Fresia, un alguien que está en el vagón, el murmullo de un alguien que no alcanzamos a distinguir de entre la gente; inmediatamente el tren se detiene  y se abre la puerta de su habitación.
-¿Quieres comer, Fresia?
-Voy, Sami, voy.
  El haz de la luz del pasillo le da en pleno rostro, entrecierra los ojos y estira los brazos dejando ir un bostezo. Al levantarse todavía tiene en la cabeza la voz del sueño, retiene con claridad cada palabra, casi puede atribuirla a un recuerdo, a una persona que existe, o existió en su vida alguna vez. Pero se conoce a sí misma, el recuerdo persiste y el té se enfría. Hay que tomar decisiones, el zumbido puede esperar unos minutos. Vuelve a cerrar la puerta, esta vez por fuera. La habitación se llena de peces.
  

San Antonio, Octubre 2012.

jueves, 16 de agosto de 2012

Ocean breeze, Tejas Verdes


Quizá qué zancadilla de arena ensayó la playa,
quizá qué antigua idolatría esconde la costa.
Coronado por una ola blanca lo veo desde mi ventana,
un barco mercante trocado en naufragio,
con esa inmovilidad de quilla durmiente,
de aspa quieta por el verbo de arena.

Tanto mundo y Tejas Verdes, sin embargo.
Posado en el agua como una gaviota enorme,
como un pelícano grotesco alojando óxido.
Maquina somnolienta, tienes que irte un día.
No nos pertenece ya la playa, ¿me oyes?
No nos queda nada de lo que antes era nuestro,
hoy todo es puerto, hoy todo es nada.

Traté de ser buena gente, lo juro, hice lo que pude.
Pero tienes que irte, lo exijo, o te vas o te vamos.
En San Antonio no hay espacio para otra máquina.



San Antonio, agosto 2012.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Pregunta y respuesta


        Un día una buena amiga me preguntó '¿Qué es el amor?'. Respondí, sin ser tal vez el más apto para hacerlo, que como lo veía yo, el amor no es un estado, es más bien un lugar, como un teatro, como un circo. Un hecho consciente, una otredad, una decisión. Al amor se entra, por voluntad propia. Adentro esperan quizá qué milagros, quizá qué alimento de quimeras y utopías. El amor puede no llegar a la ciudad en años, o puede marcharse antes de que te decidas a entrar. Y hay siempre una puerta que se agita con el viento y que te aguarda como una boca, se abre y se cierra sin que alguien pueda hacer algo por evitarlo. 
         Eso me preguntaron y esto, mas menos, fue lo que respondí. Y puedes ver que del amor no sé mucho, pues se me escapa la idea de las manos como una avecilla, me pierdo en mi propia alegoría. Mas hay una cosa de la que estoy completamente seguro: del amor se sale. Y eso, eso lo digo sin que me tiemble la boca.



Santiago de Chile, mayo 2012.

domingo, 5 de agosto de 2012

Adiós


    Tanto he dicho adiós, escribe M en un pequeño boleto de bus, y tacha el resto. ¿A qué añadir otra comparación, otro mísero simulacro? Se fue otra vez, y es lo único que importa. Ahora, comenzar de nuevo, como tantas veces. Buscar un lugar para dejar los libros, para dormir, un trabajo. El olor a lluvia vibra en el aire, la salida del terminal está llena de gente. Y en la cabeza de M un grupo de preguntas se atropella en un mosh sicológico. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cuántos? y otras tantas vaguedades, sin embargo, se acerca a la muchedumbre y tan sólo una le queda brillando en los ojos, ¿Cómo? Un hombre yace muerto en mitad de la multitud, la suave llovizna chispea en la poza de sangre que, negra, se adentra en las alcantarillas. Algo que M intuye, pero no sabe con certeza, es que durante semanas soñará con aquella poza de sangre. A veces será una sangre espesa, tibia, sobre la que caminará como una araña de agua. Otras, se hundirá en una sangre turbia, chispeada por la llovizna, cocacola que fluye de la aorta de un hombre muerto. Mientras tanto, está despierto afuera del terminal al lado de una muchacha que llora. 
-¿Lo conoces? Conocías, digo-Dice M, en un arrebato de diálogo que viene de quién sabe dónde.
-No, me da pena verlo morir, ha de tener familia, un jardín, un perro- Responde la muchacha, pestañeando rápidamente, como espantando la pena.
-¿Viste cómo sucedió?
-Apareció aquí de repente. El cuerpo, claro está. La sangre vino luego.
-Oh, por supuesto- M se queda un rato en silencio, rumiando el rostro de la muchacha. Sus facciones son tan normales que tiene por seguro el no poder recordarla al otro día.- Tengo que irme.
-Bien.
-Bien.
    Dio algunos pasos en dirección a ninguna parte. (Cualquier lugar es ninguna parte cuando no se tiene a dónde ir). Se metió la mano al bolsillo y Tanto he dicho adiós, dice el boleto. Justo cuando va a arrugarlo, y tirarlo, por ese afán casi numismático, casi filatélico, se le ocurre mirar el anverso. Es un capicúa, se dice a si mismo en voz alta. Sonríe, aún no sabe a dónde ir, mas le queda una cosa menos por ver en su vida. O dos.


San Antonio, Agosto 2012.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Altazoria I

    No puedes seguir evitándolo, poeta. Lanzas tus piernas a la calle y observas como se mueve el suelo bajo tus pies, cruzas una, dos, diez avenidas, sin angustia, sin sed, la noche lo cubre todo con su lengua de fieltro. Tus piernas son extensiones de tu cabeza, te llevan al lugar donde tu cabeza debe estar, como si bajo el influjo de una guillotina. Estás frente al coloso, frente al edificio que se alza ante ti como enredadera de concreto, y allá arriba ¿ves la última ventana como una flor que se abre? ¿ves la luz encendida que te torna polilla? Ahí está la casilla que esconde el jaque mate, allí nada el pez gordo en sus aguas de autocomplacencia. Atraviesas el umbral del edificio, portafolios en mano, corbata en cuello, y una vez adentro me darás la razón. Atravesar es la palabra correcta, un paso al interior del edificio y un ruido sordo, se raja una membrana de aire. Hay un mesón, caminas hacia él, allí una voz digna de Chesterton te habla del 'supremo titiritero'.
    "En música se cifran sus palabras, en él creen los dioses y el tiempo (pasajeros suyos y víctimas de sus designios). Es un puente de aire sin sentidos y en todas direcciones. Es hermoso como la sombra de un árbol que resiste después de talado".
    Dice ésto y cae, asomas tu cabeza por sobre el mesón, en el suelo hay una alfombra de plumas. Si en éste momento giras tu cabeza en dirección al zumbido que escuchas, verás cuatro puertas plateadas. Pon atención, estas puertas se abren como párpados de acero, y ves salir de ellas a un tropel de cristos ancianos arrastrando sus paracaídas, son vagabundos celestes, son los altazores que buscan un atajo para cerrar la última de las puertas. Tapa tus oídos, pues morirás inmediatamente si logras descifrar lo que susurran.
    Caminas, poeta, hacia la caja que escupe hombres caídos del cielo. Camina, insértate en la caja, llena sus paredes con tu imagen. La puerta se cierra contigo adentro, sobre ella parpadean cifras luminosas, coordenadas que te ubican en algún lugar, o en todos, o en ninguno.


Santiago de Chile, Noviembre 2011.

jueves, 21 de junio de 2012

Mirabilia


M se sueña recostado en la arena de Kelebekler Vadisi. Basta eso para hablar de un sueño, no hace falta más que nombrar aquel lugar, ajeno, completamente otro. Idilio con costa y espuma. Se levanta y se dirige hacia el mar, no sabe nadar, pero qué va es un sueño. La arena es pálida, blanda y tibia, como debe ser la arena en los sueños. Se sumerge de un solo golpe, y se recuesta en el fondo marino. Arriba, logra ver como volotean las mariposas del lugar (célebres mariposas, por cierto). El sol agranda las sombras que sobrevuelan las olas. M esta cubierto por agua, y por sombras de alas que se mueven como peces oscuros en la húmeda profundidad de la bahía. Fija los ojos en ellas, y ve como comienzan a dar vueltas como un cardumen alado, con los rayos del sol como quemándoles sus atigradas alas, mirabilia desde el fondo marino. En ese preciso instante una corriente de aire las transfigura en hojas secas (hasta los sueños tienen sus clisés secretos). Caen en la superficie del agua y forman una palabra que desde lo profundo M lee a la perfección.

M despierta. Recuerda claramente la palabra, y piensa si reproducirla o no. Es un dilema que tendrá que resolver en algún momento del día. Mas ahora vuelve a su vida, se levanta, y de entre las sábanas caen algunas cosas. Bien podrían ser alas, u hojas secas, o pétalos de flores amarillas. Pero no nos engañemos, este tipo de cosas pasan todos los días. Este tipo de cosas pasan. Este tipo de cosas. Todos los días.

jueves, 17 de mayo de 2012

De viajes



El bus avanza veloz a través de la noche y los que lo ven pasar desde sus ventanas al costado del camino sonríen, pues una vieja alegría embarga siempre al que ve luz en la penumbra hay que aclarar que de no ser por la oscuridad, no sería tanto el espectáculo de sus luces laterales avanzando en medio de la niebla cual desfile de avispas ardiendo. Para quien viaja en su interior, el viaje es símbolo o de tedio o de sueño, ambas inclusive:  hay quien ronca levemente en los asientos delanteros, suponiendo que un ronquido en el silencio pudiese a llegar a sonar levemente, hay también quien trata de ver a través de su reflejo en la ventana (no sabemos si lo que quiere ver es a aquellos árboles masticados por la noche, o al pastiche que de él mismo hace el reflejo). 
                  Es aquí que M., sentado en alguno de los asientos, se levanta al baño en mitad de la novela que va leyendo. Una vez ahí, disfruta del espectáculo que ofrece la ventanilla abierta del cubículo al fondo del vehículo. Los postes al costado de la carretera se vuelven ubicuos, cuando dices éste, ya es éste otro: luces lanzadas a un vacío horizontal, a una velocidad que maravilla. El sonido que oye es el del aire que se raja partido en dos por el bus, un sonido que seguramente se esparce en la carretera una vez que éste ha pasado, un sonido que seguramente no produce eco, como un graznido, como un grito en el vacío. Cierre arriba, tapa abajo, presione el botón para el agua, ese agua de origen desconocido y para la cual es mejor no ponerse a hacer elucubraciones. M. vuelve a su asiento, o a otro que tiene la misma novela abierta boca abajo en la misma página que él la había dejado al pararse. Si es así, curiosa coincidencia. Busca el párrafo, sube con la vista, esta frase la recuerda, esta también. Baja un poco, esta también, y esta. Pero se detiene de golpe, hay un diálogo acá que no estaba antes. No es algo que necesite recordar, simplemente los personajes que hablan no son parte de aquel libro, ni de aquel autor. ¿Qué trama este libro?
                En eso el bus se clava en su destino, el corazón del terminal de buses. M. se levanta, algo ofuscado. El chofer del bus debió entender lo que M. dijo al bajar mucho rato después, cuando haciendo aseo a la máquina encontró un libro, y las palabras se rescribieron en la pizarra de su cabeza: 'Quédate ahí, no voy a seguirte el juego'. 




Santiago de Chile, Mayo 2012

lunes, 30 de abril de 2012

Abril

El árbol se deja caer sobre mi cabeza 
Hoja por hoja
Como el tiempo que avanza corriendo en los calendarios.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Soledad

M grita: ¡Estoy solo!

[El eco se escucha en disimiles lugares llevado por el viento, la ventana hacia un tercer piso en Santiago de Chile, una plaza llena de escombros en Bruselas, un huerto en Azinhaga, un oscuro callejón en Buenos Aires. Sobrevuela, líquido, mares y océanos alrededor del mundo, y se repite a si mismo una infinidad de veces en cavernas subterráneas. Atraviesa bosques y jardines, escuelas y hospitales. Se detiene un segundo para observar una pileta que se rebalsa. Sigue su camino flotando en el vacío que se crea sobre las alas de los pájaros. Se escurre a través de una niebla espesa en una ciudad que nunca fue fundada (Acá los que le oyeron lo hicieron en sordina). Dibuja pequeñas ondas, imperceptibles olitas, en la arena de una playa pálida, casi homérica. Se le presenta como un susurro a un anciano que escribe frente a un espejo, en otro lugar, en otro tiempo. Cuando el eco regresa, ríe tímidamente, le da vueltas la idea de la cara de felicidad que tendrá aquel que lo entregó al mundo cuando le oiga de vuelta. Mas al llegar, ya no hay nadie que lo escuche, qué soledad más grande]




Santiago de Chile, marzo 2012.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Charco

    El viento abre una ventana y la garúa comienza a depositarse en el suelo del comedor. Gota a gota, las pequeñas perlas de agua forman un charco que se adivina viscoso, mas no hay nadie en casa para comprobarlo. El gato, único testigo de los fantasmas del agua, yace ovillado en una silla a pocos metros del suceso, mira de reojo y vuelve al sueño, cual si aquí no ha pasado nada. Entonces se cae la primera carta del castillo. En sentido figurado, obviamente, decíamos ya que no hay nadie con pulgares en casa que se de el tiempo de armar torres de naipes. Recapitulemos, se abre la ventana, la garúa forma un charco aparentemente viscoso, una mosca entra a casa buscando refugio, el gato duerme. Si hay un dios, está mirando esta escena con indiferencia, como quien mira un cuadro que no entiende con una cocacola en la mano. Por lo tanto, dios, si es, no vale.
    Bien, la mosca entra a casa, portadora de su ínfimo zumbido. Da unas vueltas para inspeccionar el terreno, planea sobre la mesa y se posa perfecta en el borde de un vaso, estemos seguros de que si esta mosca pudiera sonreír lo haría ahora sin tapujos, aterrizaje perfecto, diez puntos. Mientras, en el gato la indiferencia se va al exilio, observa curioso al punto volante, se despereza estirándose, bandoneón angora. Aquí hablamos de instintos, de viejas pulsiones de felinos e insectos, hablamos de la renombrada y refranesca curiosidad gatuna, hablamos de las lecciones de vuelo que algún misterioso profesor interno le dio a la mosca entre su paso de pupa a imago. Las cosas suceden como debían, el gato salta a la mesa, la mosca vuela, el vaso cae al suelo. Castillo de naipes, habíamos dicho. Mas esto no termina acá, si tomáramos fotografías de lo que sucede a continuación, veríamos tanto al gato en el aire, que dudaríamos de su condición de pequeño animal terrestre. Y a la mosca esquivándolo con tanta gracia, que olvidaríamos nuestros prejuicios higiénicos para con las de su especie. Si nos alejáramos del detalle, y tomáramos un plano general de la habitación, veríamos que la garúa se detuvo, que el vaso cayó justo sobre el charco que suponemos viscoso, y que el gato no piensa rendirse. Pero dejemos la cámara de lado, si observamos la manera en que la mosca se para en la ventana abierta, bien podríamos llegar a pensar que le tiende una trampa al gato, que no se ha pasado todos estos millones de años en la tierra sobrevolando mierda. No sabemos hasta qué punto alcanza a intuir esto el gato, y no alcanzaremos a saberlo, hay llave en la cerradura.
    M. entra a casa, primero los pies, luego el resto del cuerpo, pulgares incluidos. Cuelga la chaqueta y camina al comedor con el periódico en la mano. Ventana abierta, gato sobre la mesa, un vaso con su contenido derramado en el suelo. M. cierra la ventana mientras una mosca vuela libre de garúa y gato hacia afuera. Saca al gato con un golpe de periódico, gato malo. Levanta el vaso del suelo y lo deja sobre la mesa. Extraño líquido éste, parece viscoso. No quiere averiguarlo, le tira el periódico encima. Sin leerlo, qué lástima.

martes, 28 de febrero de 2012

Una excusa


                 Hoy murió un hombre, desconozco donde y cómo, mas esas son coordenadas innecesarias si lo pensamos bien. Lo conocí poco, y sin embargo siempre se dedicó a darme consejos, creo que me miraba un poco en menos. No lo culpo por eso, la última vez que nos vimos yo no era más que un muchacho, un aprendiz de hombre (como ahora, pero sin barba). No pude ir a visitar a aquellos que lo querían (a aquellos que quise un día), no sé por qué. Pasé en un taxi por afuera de la casa en la que solía vivir cuando aún era costumbre suya hacerlo, y pensé en decir 'Déjeme en la esquina, señor. Iré a visitar al padrastro muerto de un viejo amigo', pero las palabras se me coagularon en la boca, o tal vez las dejé salir y el hombre al volante no escuchó, sea como sea no fui, y como mañana dejo esta ciudad, ya no hay forma de agradecerle por todo ese tiempo que perdió aconsejando a un poeta (que yermo trabajo el suyo). Tal vez por eso escribo ahora, un poco por hacer que valgan la pena unos minutos que ya están quién sabe dónde, un poco para no perder también el tiempo, y para no quedarme rumiando la soledad que me envuelve a estas horas de la noche.


San Antonio, febrero 2012.