viernes, 5 de octubre de 2012

Hora del té


 Fresia entra a la habitación y cierra la puerta con un golpe seco, mas un eco húmedo es el que reverbera en las paredes que parecen hechas de madera de naufragio. Apaga la luz y se estira en la cama, lleva horas rumiando un recuerdo que se le hace ajeno, imágenes a las que preferiría no tener acceso, palabras que describen una escena pixelada, y que una voz indefinida (casi un zumbido) narra desde alguna parte. No quiere orígenes ni respuestas, tan solo le resulta extraño todo esto, como una ropa linda que sabes que no es tuya, y que sin embargo usas con algo parecido a la culpa, pero que tampoco es culpa, ¿me entiendes?, le dice a la mujer que va a su lado en el metro. Es una mujer de labios severos y mirada antigua, lleva un pequeño bolso negro colgando del brazo que no afirma del pasamanos. Sus ojos, fijos en los de Fresia, tienen ese color que sólo pueden tener los ojos en los sueños, o en los recuerdos, o en las fotografías de alguien que ha muerto y quieres de vuelta. Piensa en su madre y en cómo comenzó su propia muerte con aquel primer puñado de tierra. Ahora una vieja oscuridad las mastica a ambas. Guardando las distancias, por supuesto, entre el sepulcro de la madre muerta y ésta habitación en que la hija sueña un recuerdo, o viceversa.
  El vagón del metro avanza azaroso a través del túnel, deteniéndose en las estaciones más disimiles mientras Fresia respira un aire blando, tibio, horizontal. La mujer dice algo, pero Fresia no estaba atenta, así que asiente con la cabeza sin darle más vueltas. Fue entonces cuando el tren se oscureció sin previo aviso. Alguien susurra algo al oído de Fresia, un alguien que está en el vagón, el murmullo de un alguien que no alcanzamos a distinguir de entre la gente; inmediatamente el tren se detiene  y se abre la puerta de su habitación.
-¿Quieres comer, Fresia?
-Voy, Sami, voy.
  El haz de la luz del pasillo le da en pleno rostro, entrecierra los ojos y estira los brazos dejando ir un bostezo. Al levantarse todavía tiene en la cabeza la voz del sueño, retiene con claridad cada palabra, casi puede atribuirla a un recuerdo, a una persona que existe, o existió en su vida alguna vez. Pero se conoce a sí misma, el recuerdo persiste y el té se enfría. Hay que tomar decisiones, el zumbido puede esperar unos minutos. Vuelve a cerrar la puerta, esta vez por fuera. La habitación se llena de peces.
  

San Antonio, Octubre 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario