miércoles, 2 de abril de 2014

Silencio

Cuando Asesino entró a la cantina, Pianista detuvo sus dedos un segundo en el aire, cerró los ojos, y tanteó la habitación con el oído: tal como esperaba, el fuego y la sangre aún hacían rumor en el infame. Continuó tecleando el ragtime cual si nada hubiese pasado, ni una mueca en el rostro, ni una variación en la ejecución, sus manos arácnidas continuaban percutiendo en medio del humo, mientras que Asesino tomaba asiento y daba el primer sorbo a su ginebra con tónica. Al fin terminarían los años de espera, de masticar la pena, de afinar el oído –la única manera de encontrarlo, se había dicho entonces–, los años de ensayar aquella obra que por fin hoy presentaría, y ante todo, los años en que lo único que hizo fue recordar (y recordar era volver a desatar el alambre, una y otra vez, de las manos humeantes de su esposa). Al finalizar el último compás del ragtime, Pianista empezó de inmediato una melodía lenta y disonante, con una progresión de acordes azarosa y convulsa, que dejaba en los escuchas el regusto de haber oído algo de esto antes (pero nadie había oído algo de esto antes). Las cabezas giraron entonces hacia el piano, del que brotaba esta música que generaba pánico y maravilla, como un hierro al rojo o un choque eléctrico. En eso, el vaso de Asesino cayó al suelo, y en su rostro comenzó a dibujarse un rasguño horizontal que le cruzó de lado a lado la mejilla izquierda. El pánico lo invadió de golpe, mas la huida fue coartada con un breve arpegio que le quebró las piernas (aquí soltó un gemido que añadió una séptima al acorde que sonaba). No hubo borracho del que no escapara la crápula cuando una línea cromática de bajos imprimió diversos moretones en el cuerpo de Asesino, y las bandejas de las meseras cayeron en tropel al suelo cuando el monstruo empezó a retorcerse al tiempo que los acordes pasaban de mezzo a forte. Cuando los charcos de vómito de la audiencia hedían tanto o más que la sangre desparramada por la habitación, Pianista alzó su mano y la dejó caer con satisfacción sobre el último acorde. La masa violácea que yacía frente a la barra soltó un crujido y un último borbotón de sangre, que precedió al más absoluto silencio.


*Este texto corresponde a la reescritura en clave narrativa de un viejo poema. Un par de amigos poetas me lo propusieron tras leerlo en aquellos años, y acá está el resultado del ejercicio.


Valparaíso, 2010
Tejas verdes, 2013

1 comentario:

  1. Estremecedoras escenas como los acordes que logras transmitir con palabras.

    Estupendos resultados, seguro.

    Saludos.

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