Otra noche en el edificio Rakela, piensa S, mientras revisa cada habitación para asegurar la ausencia de polizontes abordo -así podría empezar una novela policial, un crimen que sucede en un hotel o un barco, la muerte de un trashumante, y las pistas que encuentra un botones que a la vez es un paria (un inmigrante, un cogotero, un poeta), pistas que lo llevan a enfrentarse al asesino (el jefe del departamento de policía, el capitán del barco o administrador del hotel, o un poeta al que admira desde siempre, ¡desde siempre, qué longo tiempo, qué plazo enorme!), todas piezas de una obra que podría ser lo que se dice Una obra y sin embargo, ésto-. Cuando S entra a la habitación número 8 la televisión está encendida, por lo que procede a apagarla. Al salir de la habitación, un extraño presentimiento le dice que no apagó la tele, o peor, que tal vez la apagó y que cuando atraviese por tercera vez el umbral bajo el número 8, la televisión va a estar inexplicablemente encendida, en un canal aberrante lleno de imágenes terribles que una voz indescriptible presenta lentamente. Tras meditar un poco, se decide a entrar. La televisión está apagada, un escalofrío recorre su espalda mientras cruza el umbral por cuarta vez, tan rápido que ni la literatura podría decir algo más de ésto.
Llolleo, enero 2013.
Realmente intrigante. Muy bien, no deja espacio para la respiración.
ResponderEliminarAl protagonista le pasa como a mi, vuelvo una y otra vez sobre mis pasos para ver si he apagado las luces o cerrado bien el coche, o la puerta de casa.
Dicen que eso es una enfermedad.
Cualquiera sabe.